Lipset en este artículo, que se expuso por primera vez
en Septiembre de 1958 en la American Political
Sciencie Association, trata de demostrar que la democracia no se alcanza sólo
por actos de voluntad; aunque acepta
que las voluntades de los hombres, a través de la acción, pueden conformar
instituciones y acontecimientos orientándolos en direcciones que aumenten o
disminuyan la posibilidad de que la democracia surja y sobreviva. Para Lipset
los dos requisitos esenciales para alcanzar una democracia estable son: el desarrollo
económico y la legitimidad
democrática.
Lipset mantiene que cuanto más próspera es una nación,
mayores son sus posibilidades de mantener una democracia y para comprobar esta
hipótesis, realiza un análisis comparativo, utilizando los siguientes
indicadores de desarrollo económico: riqueza, industrialización, urbanización y
educación.
Por otro lado, sostiene que un alto nivel de
legitimidad democrático puede resolver las crisis de eficacia, como pueden ser
las depresiones económicas. A su vez, la legitimidad democrática de una
sociedad depende en gran medida, de los medios con que se hayan resuelto los
temas clave que han dividido históricamente a esa sociedad. Pero al mismo
tiempo, indica que la eficacia prolongada que perdura durante una serie de
generaciones puede legitimar un sistema político; esa eficacia significa
principalmente, en el mundo moderno, progreso económico constante. Pero en toda
democracia existe la amenaza constante e intrínseca de que los conflictos entre
los distintos grupos, que son la savia del sistema, puedan cristalizar hasta
correr el peligro de una desintegración social. Estos conflictos los resume en:
a) La cuestión
religiosa; el lugar que debía ocupar la Iglesia y/o la existencia de
diversas religiones dentro de la nación.
b) La admisión de
los estratos más bajo, en especial los obreros, a la condición de
“ciudadanos”, la entronización del acceso al poder a través del sufragio
universal, y del derecho legítimo a negociar colectivamente en la esfera
económica.
c)
La lucha
constante en torno a la distribución de
la renta nacional.
A su vez, una democracia estable exige una tensión
relativamente moderada entre las fuerzas políticas contendientes. Y la
capacidad del sistema para resolver las cuestiones clave que dividen a los
individuos antes de que surjan otras nuevas facilita la moderación política. El
sistema se debilita en la medida en que se permite que las divisiones de
religión, ciudadanía y “negociación colectiva” se acumulen y se refuercen entre
ellas estimulando la hostilidad partidista. Las condiciones que maximizan el
proselitismo político entre el electorado son el aumento de la urbanización, la
instrucción, los medios de comunicación y la riqueza. Vemos así, una vez más,
que los factores relacionados con la modernización o el desarrollo económico
están estrechamente vinculados a los relacionados con la institucionalización
histórica de los valores de legitimidad y tolerancia.
No obstante, Lipset no tiene en cuenta que el éxito de
las reformas económicas, que motivan
que un país tenga un progreso económico constante, y no desencadene en una
crisis de eficacia y por tanto termine por legitimar la democracia, depende de
actos de voluntad, de decisiones estrictamente políticas (mantener una tasa de
inflación baja, una productividad alta, un bajo nivel déficit público, una baja
tasa de desempleo, etc.). Así pues, el desarrollo económico es un factor
facilitador, pero no determinante, para la consolidación de una democracia y
que depende, en última instancia, de los actos políticos, de los actos del
gobierno.
Además, la diferencia entre
la consolidación y el colapso es, a veces, una simple cuestión de habilidad de
los políticos para construir un marco adecuado en el que germine el proceso
democrático, para reunir las adhesiones necesarias para su mantenimiento y
reafirmar la conveniencia de una alianza de los demócratas frente a las
acciones y las amenazas que provienen de los grupos más radicales. Es decir, lo
que algunos han llamado el uso de la artesanía o ingeniería política para
superar situaciones de crisis de eficacia y legitimidad. Así la habilidad
política de Suárez en la transición fue determinante para la instauración y
consolidación de la democracia en España.
El problema de los
estudios que ponen el énfasis en las condiciones estructurales (económicas,
culturales, sociales…) es que son demasiado deterministas, no explican bien una
larga serie de evidencias contrarias o de casos desviados de sus modelos
teóricos (países de la OPEP como Arabia Saudi, Irak, Irán, Kuwait, Argelia,
Angola, Libia… son los países con mayor riqueza del mundo y ni por aproximación
se acercan a la definición de Lipset de democracia) y no tienen en cuenta el factor tiempo ni los
aspectos dinámicos de estos procesos (los sucesos históricos y las decisiones
tomadas por los actores intervinientes). En cambio, las teorías centradas en
los actores, en sus interacciones y en sus comportamientos estratégicos
resultan excesivamente voluntaristas y no prestan gran atención ni a la
formación de las preferencias de los propios actores ni a las limitaciones que
las vías de cambio les imponen. Por ello, creo que para una mejor comprensión
de estos dos aspectos es necesario recurrir al estudio comparado de las
consecuencias de las instituciones políticas.
Las instituciones constituyen el marco que estructura el sistema de incentivos
en que deben desarrollarse las acciones políticas: crean actores, les ayudan a
decantar sus preferencias, a generar sus expectativas y a formular sus
estrategias. Por ello, para comprender bien el proceso de transición y
consolidación democrática hay que considerar, las consecuencias del tipo de
transición elegido o forzado para el establecimiento del nuevo régimen
democrático, así como el modo en que fueron construidas las nuevas
instituciones democráticas y la manera en que éstas resolverán los conflictos
políticos.
En este sentido, analizando otros factores institucionales que pueden influir en la consolidación de
una democracia, Lipset sostiene que los sistemas bipartidistas son mejores que
los sistemas multipartidistas, que los sistemas electorales mayoritarios son
preferibles a los sistemas de representación proporcional y que el federalismo
es superior al estado unitario, pero no considera que la forma de Estado, o el
sistema electoral sean condiciones determinantes para la consolidación de la
democracia ya que si las condiciones sociales subyacentes son de tal naturaleza
que facilitan la democracia, (Ej. Suecia), es decir, si existe desarrollo
económico, entonces la combinación de multipartidismo, representación
proporcional y un estado unitario no se debilitan gravemente.
Al contrario de lo que opina
Lipset, Sartori sostiene que el factor más determinante para la
consolidación de la democracia es la elección del sistema de gobierno y el
sistema electoral. En este sentido Juan Linz y Satori coinciden en que
el principal problema para la consolidación de la democracia en América Latina
es el sistema presidencial adoptado por la mayoría de estos países. Pero no
coinciden en el sistema de gobierno mejor para estos países, Sartori aboga por
el Semipresidencialismo, o “presidencialismo alternativo o intermitente”
mientras que Juan Linz llega a la
conclusión de que el remedio no es –en América Latina- mejorar el presidencialismo
sino eliminarlo del todo, y adoptar en su lugar una forma parlamentaria de
gobierno. El argumento de Linz se formuló en 1985 y su punto capital es que el
presidencialismo probablemente es menos capaz que el parlamentarismo para
sostener regímenes democráticos estables, debido a una serie de problemas estructurales: a) el conflicto de
legitimidades entre el poder ejecutivo y legislativo, b) la rigidez del sistema
que impide introducir ajustes o cambios de gobierno cuando lo requiere
la situación política, económica o social, motivada por la elección por un
periodo fijo. Un golpe de estado es el equivalente funcional al habitual cambio
de gobierno en una democracia parlamentaria y c) el carácter mayoritario y de suma cero de las elecciones
presidenciales.
Para demostrar su hipótesis, Lipset, define a la democracia de la siguiente
forma: como un sistema político que, de forma regular y constitucional,
proporciona oportunidades para cambiar a los gobernantes. Es un mecanismo para
resolver el problema de la elaboración de decisiones sociales entre grupos de
intereses contrapuestos, que permite que la mayor parte posible de de la
población influya en estas decisiones a través de la posibilidad de elegir
entre candidatos alternativos para el desempeño de un cargo político.
Otros autores como Diamon y Linz, siguiendo esta definición de la Democracia, establecen tres condiciones esenciales, para que un sistema político pueda
definirse como democracia:
a) Competición significativa y extensiva entre individuos y grupos
para todas las posiciones de poder del gobierno.
b) Un nivel altamente inclusivo de participación política en la selección de líderes y políticas, a
través de elecciones libres e imparciales.
c) Un nivel de libertades
civiles y políticas suficiente para asegurar la integridad de la
competición política y la participación (libertad de expresión, libertad de
prensa, libertad de organización).
Partiendo de esta definición, Lipset califica a un
país como democrático de acuerdo con los siguientes criterios:
A) En las democracias
europeas son la continuidad interrumpida de democracia política desde la
primera guerra mundial y la ausencia en los últimos veinticinco años de un
movimiento político importante opuesto a las “normas de juego democrático”.
B) En América
Latina, como indica el propio Lipset, utiliza un criterio menos riguroso,
el cual consiste en determinar si han tenido un historial de elecciones más o
menos libres durante la mayor parte del período comprendido entre el final de
la primera guerra mundial y el momento actual.
Respecto a esta concepción minimalista que determina
cuando un país es una democracia y cuando no lo es, Lipset está mezclando democracias
estables (en Europa) con dictablandas, democraduras, autoritarismos
competitivos y democracias delegativas o no estables (en América del Sur). Esta
falta de claridad en los criterios que definen a un país como democrático o no
democrático, es un problema que otros autores (Morlino, Juan Linz y Alfred Stepan) han intentado resolver con mayor o menor
éxito pero que persiste hasta nuestras fechas. Si el punto de partida, no es
riguroso, no se puede pretender que las conclusiones del estudio lleguen a
serlo.
En cuanto al desarrollo
económico, si extraemos los datos actuales de la renta per capita de los 25
primeros países del mundo podemos comprobar que efectivamente la mayoría de los
países con mayor renta per capita son democracias estables. No obstante, entre
estos países existen otros que no son democracias, Ej. Brunei que es un régimen
sultanista, o Singapur que es un autoritarismo competitivo o régimen híbrido, por
lo que la teoría de Lipset no explica bien estos casos que se apartan de su
modelo teórico.
Nº
|
País
|
Datos de
2009
|
1
|
Luxemburgo
|
83.978
|
2
|
Macao
|
58.262
|
3
|
Emiratos
Árabes Unidos
|
57.821
|
4
|
Noruega
|
55.672
|
5
|
Singapur
|
50.701
|
6
|
Brunei
|
48.995
|
7
|
Estados Unidos
|
46.436
|
8
|
Kuwait
|
46.079
|
9
|
Suiza
|
44.417
|
10
|
Irlanda
|
41.282
|
11
|
Países Bajos
|
40.715
|
12
|
Australia
|
39.231
|
13
|
Hong Kong
|
43.862
|
14
|
Austria
|
38.749
|
15
|
Canadá
|
37.945
|
16
|
Suecia
|
37.905
|
17
|
Islandia
|
37.602
|
18
|
Dinamarca
|
36.763
|
19
|
Reino Unido
|
36.496
|
20
|
Alemania
|
36.449
|
21
|
Bélgica
|
36.048
|
22
|
Francia
|
34.689
|
23
|
Finlandia
|
34.652
|
24
|
Bahrein
|
34.274
|
25
|
España
|
32.545
|
Fuente: Banco Mundial
En cuanto a la educación, Lipset mantiene que los
países más democráticos de Europa apenas tienen analfabetos: el índice más bajo
de alfabetización es del 96%; mientras que las naciones menos democráticas
tienen un índice de alfabetización del 85%. Según Lipset cuanto más elevada es
la instrucción es más probable que se crea en valores democráticos y se apoyen
prácticas democráticas. Todos los
estudios pertinentes indican que la instrucción es un factor mucho más
significativo que la renta o la ocupación.
No obstante, el mismo autor reconoce que Alemania y Francia
han figurado entre las naciones más instruidas de Europa, pero es evidente que
esto, por sí solo, no estabiliza sus democracias.
Finalmente, Lipset concluye que el análisis de los
requisitos sociales de la democracia que se hace en este artículo ha procurado
identificar algunas de las
condiciones estructurales que están vinculadas a este sistema político, aunque
evidentemente no todas ni mucho menos. Por desgracia, esta conclusión no
justifica la esperanza liberal de que un aumento de la riqueza, del tamaño de
la clase media, de la instrucción y de otros factores relacionados, signifique
inevitablemente la difusión de la democracia o su estabilización.
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